Atascada

Una de las cosas que menos me están gustando es estar habitualmente atascada.

Y es que no encuentro aún la ley. Vivimos a 1km del cole por una carretera con entradas a urbanizaciones cerradas, alguna isla de comercios, alguna casucha, varios colegios y, en general, un desorden urbanístico bastante grande. Tal es el desorden que, a ratos hay caminito junto a la carretera, a ratos no, y a ratos se estrecha y apenas caben dos coches. Hay que añadir que las cunetas están perfectamente preparadas para las lluvias torrenciales del clima tropical y es hasta peligroso pegarse demasiado al lateral de la carretera porque el coche se caería en una “V” de 40 o 50 cm de profundidad. Todo esto lo explico para acabar diciendo que el camino es intransitable a pie. Bueno, intransitable para mi, porque los lugareños sí van a pie, o en bici. En lo que a mi me parece una curiosa manera de jugarse la vida. Pero también en la autopista hay paradas de autobús en el arcén y allá que van caminando, tan pichis.

Los niños entran a las 8 y las puertas abren a las 7:30, cuando ya hay montado todo el dispositivo para que todos los niños del cole lleguen cada cual en su coche según el circuito marcado en las reglas: Entrar por portón 1, llegar hasta las gradas (zona techada por las lluvias), llevar el coche lo más adelante posible, descargar niño que es acompañado por un adulto hasta la grada, salir por portón 4. Aún no sé cuántos niños hay en el cole, pero tiene 2 líneas y desde 0 años hasta secundaria. A todo esto, también hay microbuses para los de transporte en medio de ese lío. ¡Ah! y los de preescolar entran por el 1 pero salen por el 2, que está justo en medio de la cola que se organiza fuera del cole hasta que todo el mundo hace ese extraño circuito.

atascoCole

Menos mal que la cortesía conduciendo también es similar a USA: nunca he visto a nadie bloquear la salida de la puerta 2. De hecho, al salir tengo que ir hacia la izquierda y ambos sentidos se atascan. Pues siempre hay un momento en el que alguien se para para dejarte paso. Saluda, sonrie y ahí estás, delante de él en un atasco. Vamos, “igualico” que en Madrí, ¿eh?

atascoCarretera

Pero a lo que iba: no encuentro ley. Puede ser que esté todo el lío montado a las 7:35 y ya se tarden 15-20 minutos en hacer 1km de ida y otro de vuelta, o que a esa hora tarde 3 minutos. Viene a ser como si todo el mundo hiciera como yo, que cada día pruebo un poco antes o un poco después. Apuesto a que hay algún modelo matemático para predecir los atascos que introduzca la variable cultural: Digamos que, en Madrid, los que salen a las 7:30 de su casa cada día, tienen una variación de +/- 3 minutos en su hora de salida. En San José, los que salen a las 7:30 de su casa, “ahorita” van saliendo, y la variación es de +3/30 minutos… O algo así 😉

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El cole. Primeras impresiones

joseUniforme Al día siguiente de llegar tengo que ir al cole (privado) para tener una entrevista con ellos. Se trata de la escolarización de la mediana, Jose, que entra en preescolar (3 años).

El guarda de la puerta me pregunta a dónde voy y me da un pase de visitante. La recepcionista me identifica al llegar como la madre de Manuel, que ya lleva casi dos semanas en el centro y llama a la encargada de admisiones. Nótese que ya han intervenido tres personas (ninguno un maestro) para un padre que llega a las 10 de la mañana. La encargada de admisiones me enseña el colegio.

sodaCole

Me informa de que en preescolar hay dos profesores por aula para los 15-25 niños –cuanto más chicos, menos niños por aula, me aclara–. Vamos entrando en las aulas (que están en marcha, nada de “jornada de puertas abiertas hoy que lo tenemos todo bonito y sin niños”) y saludando a las profes, mientras me va contando qué está haciendo cada cual. En el lado negativo, diré que en una de las clases estaban viendo una peli y luego, cuando pregunté si tenían pantallas en todas las aulas, me dijo que sí, y que las usaban para los iPads 😦 Vemos el aula de música, de computación, la cafetería, el gimnasio,… Ella, bien orgullosa de las instalaciones. Yo pensando que cualquier cole en España tiene más pizarras digitales, más ordenadores, las mesas más nuevas, y mucho mejores instalaciones. Cuento con la ventaja de que mi padre me enseñó de chica esta interesante lección:

La manzana más hermosa
contiene el gusano peor.
Para escoger la mejor
hay que saber ser juicioso
y no fiarse del exterior.

La otra ventaja es que el mayor ya lleva unos días en el centro y estamos viendo lo bien que está funcionando todo, así que disfruto del paseo y de ver a los chavalines en clase. El ambiente es relajado, tranquilo y carece del olor a lápiz y goma de los centros en España, puesto que el clima permite que los pasillos sean caminos de cemento al aire libre en la colina donde está el cole y las clases tengan las ventanas y las puertas abiertas. De hecho, el uniforme es de manga corta y pantalón corto.

paygroundCole

A pesar de que sólo falta un mes y medio para acabar el curso –que aquí es de febrero a noviembre–, están listos para realizar la admisión de Jose y hacer las excepciones necesarias en cuanto a pagos de cuotas de matrícula, material, etc. Por un momento recuerdo cuando Manuel quiso apuntarse a Atletismo en Abril en Valladolid y me dijeron que, para los dos meses que faltaban, tenía que pagar la cuota del año completo. Imposible negociar. De nuevo, veo aquí un claro paralelismo con USA: Las reglas son muy claras, pero tenemos cintura para saltárnoslas cuando las circunstancias lo exigen. De hecho, hay reglas para todo: no se puede entrar a pie en el cole más que por el portón principal y el resto de las puertas son sólo para coches; de las 4 puertas, la 1 es entrada de coches de primaria y se sale por la 4, preescolar usa las puertas 1 y 2 en un sentido a las 8, en sentido contrario a las 12 y en el mismo sentido que a las 8 si se quedan a permanencia y se les recoge a las 15; el código de disciplina, uniforme, etc es de varias páginas que hay que leer y devolver con firma, conforme y toda la pesca. Creo que cada día puedo saltarme 3 ó 4 reglas ¡y no repetir en un año!

Después de la visita, me acompaña a hablar con la psicóloga de Preescolar (cuarta persona que me atiende). Pasamos a una salita y, mientras Jose juega con un Mr.Potato, comienza la entrevista. Aunque Joaquín (que hizo la entrevista de Manuel) me había avisado de que era larga y detallada, aluciné. ¿Cómo fue el parto? ¿lactancia materna? ¿hasta cuándo?… y cien más como esa. ¿Cuándo dijo sus primeras palabras? ¿cuándo vocalizó sonidos? ¿algún fonema que no pronuncie?… y cien más como esa. ¿Cuándo sostuvo la cabeza? ¿cuándo se sentó? ¿gateó?… y cien más como esa. ¿Qué le gusta? ¿qué no le gusta? ¿usa chupe o biberón? ¿cómo prefiere jugar?… y cien más como esa. Y mi favorita: ¿qué esperan ustedes para su hija en este centro? Esta me encantó. Nunca me preguntaron en España (ni en público, ni concertado, ni privado) nada parecido. ¿Lo pregunta usted en serio? ¿De verdad le importa? ¿No es esto un proceso productivo en el que yo les dejo al niño y ustedes hacen con él lo mismo que con el resto? ¿? ¿? ¿? Me queda todo un año por delante para ver si la pregunta es retórica (me diga lo que me diga usted, lo pregunto por cortesía y yo haré lo que me de la gana), o si realmente son capaces de entender a la familia como uno de los clientes del centro. Yo hace tiempo que busco docentes que entiendan –y *demuestren* que entienden– que tienen varios clientes: el alumno, la familia, y la sociedad. Y responder ante tanto público es jodido. Mucho más jodido que en una empresa privada, que no hay tanta gente a meter baza. Pero es que hay docentes a los que les parece que la familia es un obstáculo a salvar para poder hacer su trabajo. —Ups. Me vais a perdonar el desvío, que esta entrada empieza a parecer de mi otro blog, con mis reflexiones sobre la educación. Retomo el hilo 🙂 —

Acabadas las preguntas, me insiste en si me quedó alguna duda sobre el centro. Me da el teléfono para cualquier duda que nos surja que no se me ocurra en este momento y me lleva de nuevo con la encargada de admisiones. Ahora vamos a ver a la quinta persona: la encargada de uniformes. Abren la tienda en un pispás y esperan con paciencia a que Jose colabore para probarse las camisetas, bermudas y falda-pantalón. La peque está muerta. Entre el calor al que aún no nos hemos hecho y sudamos las dos, el jet-lag, y el rato que llevamos aquí… Finalmente, conseguimos elegir la talla adecuada. Resuelto. Vamos a hacer números. Persona número seis. Está en la oficinita de caja. Aquí no se domicilian los pagos (flipo), por lo que la gente paga mensualmente en esta caja o en el supermercado (flipo). Hacen ajustes y descuentos varios por entrar tan tarde (que autoriza una séptima persona por teléfono, entiendo que el director), y pago con tarjeta. Calculo que la cuota mensual incluye la parte proporcional de los sueldos de las, al menos, 7 personas que han danzado en todo este proceso para que yo no tenga que esperar y salga con todo resuelto en menos de dos horas. Y calculo que si, además, tienen 2 profes por aula, pues ya me empieza a parecer hasta barato.

Al día siguiente, tengo un correo electrónico de bienvenida al centro con la (extensa) normativa de recogidas y entregas de niños, aparcamiento, horarios, personas responsables de cada tema y sus emails, etc.

Ese mismo día, los datos del mayor ya se han vinculado por arte de magia también a mi email y ya recibo las comunicaciones de Primaria.

El lunes a primera hora, la psicóloga está en la puerta pendiente de la entrada de Jose. Nos acompaña a su clase, nos presenta a la profe, la recibe hablando del Mr. Potato… Para su sorpresa, la niña necesita poco psicólogo y, con su independencia habitual, nos deja a los adultos en la puerta del aula y se mete sin mirar atrás a sentarse con los niños que ya hay dentro. Ni adiós me dice. Al recogerla, en su mochila hay un cuaderno similar al del hermano y ya hay anotaciones sobre cómo ha estado en el cole. El hermano va a más de una página por día porque en la agenda aparecen los deberes semanales (que están planificados antes de acabar la semana anterior), los criterios de evaluación de los proyectos en los que trabajan y detalles variados de “traiga tal cosa” o “envío la fotocopia de tal página para la prueba de tal día” o “dentro de 15 días tendrá que venir vestido de blanco para la fiesta de Brasil, tema del proyecto de octubre”.

Sólo me queda cruzar los dedos para que la buena impresión del cole se confirme y la nena esté tan feliz al acabar como ahora al principio. Bueno, Jose, Manuel y nosotros. Por ahora, va muy contenta aunque insiste en que su amigo del cole sólo es Héctor y es del otro cole, el de Reyes, el de Valladolid. Manuel va simplemente encantado. Pero dejo para más adelante y para mi otro blog mis reflexiones sobre el motivo 😉

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De compras

banderaCR

Es curioso como me recuerdan muchas cosas aquí a nuestra estancia en USA. No sé si será porque en estos primeros días estamos aún poco integrados y hemos visto sólo lo importado, pero todo me parece muy muy yanqui.

banderaUSA

Por poner un ejemplo, los supermercados en los que he estado hasta ahora tienen la misma distribución y muchísimos productos de allí.

Entre otras similitudes, me llama mucho la atención que nadie lleva un paquete de 6 botellas de 1’5 litros de leche, de los que yo suelo echar dos o tres en mi carro en España. Aquí está mucho más hecho a la mujer que no trabaja y va cada día a la compra (es una hipótesis; no tengo datos sobre esto). Así, la leche está en la estantería lista para coger (o, mejor dicho, agarrar) un par de bricks de 1 litro. Si uno quisiera llevarse 12, dejaría desabastecido el estante. Eso sí, también igual que en USA, hay siete mil trabajadores pululando por el establecimiento y reponiendo. Nunca ve uno el hueco de lo que se llevó el comprador anterior.

También la actitud de servicio al cliente se respira en todas partes. Cada vez que me paro en un pasillo intentando adivinar dónde estará un producto (no se vale mirar de lejos porque todos los envases son de otra marca, distinta forma, color y tamaño), aparece alguien uniformado preguntando si puede ayudar y dispuesto a acompañarme al pasillo correcto, mostrarme varias marcas y preguntar si “se me ofrece” algo más antes de irse con una sonrisa.

Es evidente que en este ambiente un reponedor nunca le pide a un cliente que, por favor, se aparte para pasar él. Pueden esperar o rodear por otro pasillo, pero interrumpir a un comprador supongo que sería pecado mortal. Calculo que es para que uno no pierda la inspiración cuando está a punto de tomar (que no coger) algo, y no tengo dudas de que les dan una formación similar, porque las actitudes y protocolos son calcados.

En las cajas siempre hay dos personas: el que cobra y el que empaqueta. Normalmente son chavales los que empaquetan. Ayudan a poner las cosas en la cinta y luego las meten en bolsas de plástico o cajas de cartón. A continuación, ofrecen su ayuda para acompañarte al coche a meterlas en el maletero. Ayer pregunté a una de las cajeras (que no sabía si la tarjeta de crédito era la azul o la otra, flipada con el chip del DNI) si era costumbre darles propina a estos ayudantes. Me dijo que sólo cuando te acompañan al coche. Otro día me fijaré a ver si la gente da monedas o billetes, para saber si nos movemos en un orden de magnitud u otro en esas propinas. (Las monedas son de hasta 500 Colones, que son unos 75 céntimos.)

Es evidente que las diferencias con España se dan también en los productos en sí, añadiendo otro toque de emoción en la búsqueda por no saber si existe o no lo que uno busca. Por ejemplo, Joaquín y Manuel estuvieron 10 días tomando leche semidesnatada porque no encontraban leche entera. Curiosamente, no la hay donde la leche fresca, que parece más habitual que la otra. Me costó encontrarla entre las de tetrabrik porque estaba llena de vaquitas y dibujitos como de producto para niños. De hecho, las dos únicas marcas que he visto añaden el mensaje de que lo mejor para los niños es la leche materna. ¿Infiero que sólo les dan leche entera a los niños? Tampoco toman tomate frito, que haberlo haylo pero carísimo y con etiquetas en italiano y ya anunciado como salsa para la pasta. Lo hay con queso añadido, con carne, con orégano, pero del tetrabrik barato de Orlando, ni rastro. Ayer ya hice una buena reserva al chupchup con el (carísimo, 4.90 euros/litro) aceite de oliva de Córdoba que hemos encontrado con ayuda de la comunidad española. También me he tenido que lanzar a preparar yo misma la base de la pizza, cena habitual en casa, porque las pizzas del super salen por 6 ó 7 euros. En cualquier caso, tengo claro que tendremos que ir aprendiendo qué es lo que la gente come y cambiar algunos de nuestros hábitos. Como a mediodía sólo como yo en casa, iré haciendo los test culinarios (Jose y yo somos las más aventureras) e incorporaré en las cenas lo que vaya viendo más sencillo de aceptar por los menos aventureros.

Ahora me piro al super, que ayer comimos ayote (por cierto, me encantó) y voy a ver si hoy me animo a comprar unos pejibayes… ¡Ya preguntaré a nuestra única vecina costarricense qué hacer con ellos!

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Volando voy

Como toda aventura que se precie, la nuestra también empieza con el viaje.

maletas

Cinco de la mañana. En pie. La casa está recogida, las maletas ya cargadas en el coche. Me queda la duda de si Jose cooperará o no a la hora de vestirse, subirse al coche, ir al bus… Con apenas 3 años aún no sé cuánto ha entendido en los días previos sobre el viaje. Ya es capaz de contar los pasos que seguiremos: coche a la estación, mucho rato en el bus hasta Madrid, mucho rato en el aeropuerto y un vuelo largo larguísimo hasta Costa Rica. Pero no sé si sabe cómo de largo es “largo larguísimo” o lo difícil que es levantarse de noche. Para mi sorpresa, abre los ojos contenta y se pone en pie de un salto. Me pregunta si ya ha llegado el día en que nos vamos a Costa Rica con los ojos brillantes y se viste en un pispás.

A las 6 sale el bus, que nos lleva de visita por los atascos de las 8 de la mañana en Madrid y nos deja a las 9 en el aeropuerto. Los vecinos de atrás en el autobús nos han oído hablar y nos comentan que ellos también van a Costa Rica y que cuente con ellos para ayudarme en el aeropuerto. ¡Qué poco sabían ellos cuánta ayuda iban a tener que prestarnos ni en qué aeropuerto!

Parece que todo va sobre ruedas y el avión no tiene retraso. Nos acercamos a San José y, cuando comienza el descenso, hasta me da pena despedirme de la tripulación del avión, que no ha parado de venir a ver qué puedo necesitar. A Jose le han dado el doble de zumos y de atenciones que a ningún otro; a Jorge lo han tenido en brazos hasta con la excusa de “déjamelo, que ya no me acuerdo. ¡Los míos tienen 20 años y no 20 días!”; a mi me han dado relevos cuando he tenido que ir al baño…

jorgeCunaAvion

Después de un par de acercamientos al aeropuerto y vuelta a empezar, el piloto anuncia que no podemos aterrizar. Hay una tormenta. Nos vamos a Panamá. Son las 14h en Costa Rica. En España, las 22. Llevamos desde las 5 en marcha y Jose apenas ha dormido dos horas en el avión. Por un momento, me doy pena hasta a mi misma. Encima, la tripulación del avión empieza a desfilar por mi asiento para decirme que cuánto lo sienten y que no saben nada más que lo que nos han dicho. Nadie sabe si en unas horas nos recolocarán en aviones más pequeños, si tendremos que quedarnos en Panamá a dormir… Pienso en cómo sobreviviré a varias horas tirada en un pasillo de aeropuerto con el bebé y la nena. Pero no sé si es aún peor la imagen del transporte en bus a un hotel y saber que, hasta mañana, no hay esperanza. Mierda. Voy corta de pañales. ¿De dónde saco pañales para no se sabe cuánto tiempo? La hora de vuelo a Panamá pasa rápido mientras explico con paciencia a la peque que no veremos a papá por ahora. Y que Panamá es un país. Y que un país es… “.

Cuando aterrizamos en Panamá, el piloto enciende la cámara exterior. En las pantallas vemos cómo no pasa absolutamente nada alrededor del avión. Delante, un hangar cutre y ni rastro de nada parecido a un aeropuerto. Quince minutos después, que pasan exasperantemente despacio, llega un autobús y empiezan a bajar pasajeros. Se suceden los autobuses. Yo voy en la fila 39. Calculo que hay unas 200 personas delante y otras 100 detrás. Enciendo el móvil y entra un mensaje de Joaquín. Le han dicho en el aeropuerto de CR que se vuelva a casa, que hoy no llegamos. Por fin algo de información. El sobrecargo debió faltar ese día a clase y sólo nos ha dicho que vamos a Panamá. Son casi las 24:00 cuando llegamos a la terminal, a la que se llega en el autobús cruzando unos maizales y la pista de aterrizaje. Menos mal que mis amigos del bus de Valladolid me ayudan y acompañan todo el tiempo, porque cada vez doy más pena.

Llegamos a la terminal. En una sala pequeña, un chico con uniforme de Iberia reparte los papeles de inmigración. Debe andar corto de formularios, porque separa el papel autocopiativo y nos tocan papeles amarillos o blancos según la suerte quiere. Me tocan dos amarillos y uno blanco. Cuando termino de rellenar los dos primeros, veo que el tercero tiene los calcos de los anteriores. Ya no queda rastro del chico de Iberia. Aprieto más el boli para que se vea bien entre el carboncillo el nombre, número de pasaporte y dirección. ¿Dirección? ¿Cuál es mi dirección en Panamá? Pongo lo poco que sé de mi dirección en Costa Rica y cruzo los dedos porque la masa de 300 personas ya está en marcha y no sé a dónde van. Como pierda al grupo, ¿a dónde voy? Nadie nos ha dicho a qué hotel nos llevan, ni dónde nos esperan del aeropuerto ni nada de nada. Hay rumores de que no nos dan las maletas que hemos facturado. Voy con lo puesto: una mochila con un bebé dentro; un capazo donde he sentado a la mayor; y un trolley donde guardo un montón de cosas útiles para las 11 horas de avión con Jose y que ahora arrastro sin saber para qué (varios cuentos, un libro de Wally, cartas, figuritas de Lego Duplo, cuatro galletas, algunos pañales -pocos, vuelvo a recordar- y algunas toallitas). Mis amigos de Valladolid han adoptado también a otra mamá que viaja sola con una niña y nos ayudan a seguir al grupo. Hay que subir por unas escaleras. Una agarra a Jose en brazos, dos suben el capazo, otro baja luego a por la otra mamá. Ahora bajamos escaleras. ¿A dónde vamos? Ves caras familiares del avión y sigues a esos sin saber si estaremos todos de camino a la casa de la tía de uno, que era de Panamá. Ya no piensas. Sólo te preocupas de seguir al grupo. Y llegas al control de inmigración. Con niños y sola, cola prioritaria. Me cuela un señor y me despido de mis amigos. ¡Hasta la próxima cola! La chica de inmigración me echa la bronca por mis papeles de colores. Balbuceo que soy del vuelo 6313, como si eso aclarase algo. Para mi, sí. Para ella, como llego de los primeros de los últimos, no tiene explicación que lleve papeles de colores. No tengo energía para decirle que no quedaban formularios completos. Me dice que voy al hotel Rio. Otra gota de información. Me deja pasar y llego al control de aduanas. ¿Cuánto tiempo pasará en el país? ¿Motivo de la visita? ¿Lugar de residencia? ¿Dónde está su formulario de aduanas? Ay, dejadme en paz. No quedaban formularios de aduanas, ni quiero entrar en el país. Deben ser las mil de la mañana en España, estoy cansada, los niños más y no voy a meter en tu país más que unas figuras de Lego Duplo para llevármelas mañana mismo, coño.

Nos suben a un autobús vejete con cortinas con aspecto asiático.

busPanama

Nos ponemos en marcha en medio de un atasco monumental. El conductor cambia de carril constantemente, pita sin parar y consigue llevarnos al hotel en sólo 45 minutos.

joseBusPanama

Espera, ¿ahí pone las 6:45? El japo de al lado está, obviamente, conectado con su iPhone. “Perdone, ¿sabe cuál es la hora local?”. Tela marinera. El sobrecargo ni se ha acordado de decirnos la hora local. Otra clase que se saltó. Aquí es una hora más que en Costa Rica. Menos mal que me he dado cuenta. Sólo me faltaba no saber ni qué hora es y acabar llegando tarde a… ¿a dónde? Jolines. Qué difícil es conseguir información aquí.

En la recepción del hotel vuelven a darme cola prioritaria. Menos mal. Jose ya no puede con su alma y el calor es asfixiante. El bebé y yo estamos sudando tan pegaditos con la mochila porque el capazo vuelve a ser para ella.

hotelPanama

En recepción me dicen que mañana a las 7:20 tengo que estar en el hall. Esto empieza a ser como una misión secreta y cada cual me da una píldora de información. La sensación de “esto no me está pasando a mi” es grande. Y beneficiosa: Así no me pongo a llorar en el hall pidiendo que alguien de Iberia venga a consolarme.

Después de una noche de medio insomnio y medio jetlag, desayunamos y nos vamos al aeropuerto. El grupo está mucho más cohesionado y la otra mamá, nuestros Pucelanos salvadores, y los niños, charlamos con naturalidad de cómo hemos pasado la noche, de cuántos pañales ha necesitado Jorge, y de que aún quedan los justos para echar la mañana con los que me ha prestado la otra mamá (son de talla grande y le llegarían hasta el cuello, pero no estamos para hacerle ascos a nada).

A las 9:30 debería salir el avión, pero ahí estamos en la puerta de embarque las dos mamás, los Pucelanos, 4 menores sin acompañar y 3 personas en silla de ruedas. Menudo cuadro. Nos meten como pueden en el último autobús con destino al avión. Con nosotros va una chica del aeropuerto, que deduzco que está encargada de que nuestro vuelo salga de una vez de allí por el agobio que le entra cuando nos movemos a paso de tortuga por el aeropuerto porque hay un atasco monumental. Entra en crisis y hace 5 llamadas por el móvil en los 3 minutos en que estamos completamente quietos cediendo el paso a un avión que despega. Claro, si tenemos que cruzar la pista y los maizales, recuerdo somnolienta. La última de las llamadas acaba con una bronca a uno que va en la cabina del autobús: “Marco, ¿cómo que no repostaron a primerita hora? ¡se lo dije ayer!”. Marco contesta algo incomprensible y ella sigue con la bronca. Vuelve a coger el móvil para pedir que vengan corriendo a ponerle gasolina al avión. Los inválidos, las madres y nuestro equipo de Pucelanos hacemos chistes mientras los pobres menores sin acompañar siguen pálidos en un rincón. La chica nos aclara que dos se pusieron malitos por la noche. Pobres.

Y sin más incidentes, 40 horas después de salir de casa y con 2 pañales limpios, nuestro equipo llegó a Costa Rica listo para comenzar esta aventura.

enCasa

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